martes, 9 de noviembre de 2010

Contradicciones

Debo confesar que, de vez en cuando, me gusta comprar revistas de moda. Son mi pequeña evasión, y ¿por qué no admitirlo? Cultivan la parte frívola que hay en mí. Más allá de ser meros soportes publicitarios en los que las casas de alta costura nos bombardean con sensuales perfumes y taconazos de vértigo como símbolo del poder femenino, son una fuente inagotable de diversión para mí –y eso es de agradecer-. El problema es que a veces me da por leer sus artículos, y lo que hay en ellos, en el fondo, no me gusta demasiado.
Igual el problema es mío. Lo admito, soy una contradicción con gafas, pero la verdad es que no me gusta el prototipo de mujer ¿moderna? que dibujan ciertas publicaciones, y que no dista demasiado de la mujer que, según Benedicto XVI, debe “realizarse en el hogar y en el trabajo”.

Me explico: estas publicaciones esbozan una mujer fuerte que tiene éxito laboral, es una afanada súper mamá y amante esposa de su marido, sexy cuando hace falta y sumisa en las fiestas de guardar. Además es solidaria ­–acude a cenas benéficas- y le sobra calderilla para calzarse unos Prada o salir de paseo con sus amigas de la mano de un Chanel. En este mundo fantástico –del que a mí me encantaría formar parte, ojo- no parecen existir las jornadas laborales interminables (si tienes la suerte de conservar tu empleo) ni las zancadillas previas a tocar la cima empresarial, ni, por supuesto, problemas más mundanos como llegar a fin de mes cuando toca estirar las nóminas como si fueran de chicle y otras cuestiones demasiado prosaicas para romper el halo de glamour que intentan vender.

Además, por mucho que traten de elogiar a esta nueva súper mujer, no dejo de percibir entre líneas un excesivo paternalismo latente en este tipo de publicaciones. Es demasiado habitual leer entrevistas a mujeres directivas en medios de comunicación –también en prensa económica- que comienzan con la sorprendida pregunta del periodista (en su mayoría hombres) de cómo ha conseguido conciliar su vida familiar con ser, por ejemplo, consejera delegada de una entidad financiera. La pregunta del millón.

Una, que es muy mal pensada, atisba en esa cuestión el eterno reproche que se le hace a la mujer trabajadora: que descuida a su familia. ¡Sacrilegio! Igual, por eso de la igualdad, al próximo alto directivo al que entreviste, comenzaré preguntándole eso, que cómo logra conciliar su carrera con la familia. Lo mismo (seguro) me toma por loca…