Lo malo es que los propósitos postvacacionales son como los de Año Nuevo, o peores. Volvemos a la rutina con las pilas tan cargadas que nos da por hiperactivarnos. Y nos dura una semana, dos a lo sumo. Una vez que nos engulle la rutina ya no tenemos tiempo para ir al gimnasio, coleccionar platos de Hello Kitty o maquetas de aviones de la Segunda Guerra Mundial (aficiones nobles, por otra parte) y a mí me pasa que como me gano la vida escribiendo (sí, escribir en un periódico también es escribir, aunque a veces sólo sea por llenar páginas de cifras y letras sin mucho sentido) al llegar a casa lo que menos me apetece muchas veces es seguir escribiendo.
Lo ue no me puedo prometer -ni exigir- a mí misma es tener un tema concreto del que escribir. Lo siento, soy inconstante y me distraigo con el vuelo de una mosca, así ue lo mismo os aburro con cosas de cajas, bancos y sus primos hermanos del seguro, que me pongo poética, o épica, o me da por freíros a microrrelatos... Siempre y cuando, estas líneas tengan algún ue otro lector, claro ;).
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